Soy profesora. El año pasado seguí con gran interés todo lo ocurrido en la guerra de Ucrania, y a mitad de curso, entraron dos niñas en mi aula. Eran dos niñas refugiadas, de ocho años. Ambas habían venido con sus familias, buscando amparo y huyendo de la guerra. Era su primer día, y a primera hora parecían un poco nerviosas, pero conforme fue pasando la mañana, fueron cogiendo más confianza. Incluso se lanzaban a decir alguna palabra suelta en español. A menudo miraban a su alrededor, e imitaban a sus compañeros. Si uno pasaba una página del libro, ellas también lo hacían. Si levantaban la mano, ellas también lo hacían. Se pasaron toda la clase observando e imitándolos, hasta que sonó la sirena para ir al recreo. Todos se levantaron para ir hacia la puerta del aula, y las dos pequeñas, se escondieron debajo de sus mesas. Nunca se me olvidará la cara de terror de ambas. Quise calmarlas con palabras, pero solo me salió abrazarlas.
Maria Albertus